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Día internacional de la mujer, ¿celebración o conmemoración?

  • Verano Brisas
  • 9 mar 2016
  • 3 Min. de lectura

Desinformar, tergiversar, desfigurar y trivializar son cuatro de los verbos que sirven como armas a los regímenes políticos, militares y religiosos de todas las tendencias para imponerse y perpetuarse en el poder, respaldados por los medios de comunicación privados al servicio de sus intereses particulares. Los ejemplos abundan, pero citaré sólo uno que, por sus características dolorosas y abominables, basta para sustentar lo que afirmo:

El 25 de marzo de 1911, más de 140 jóvenes trabajadoras murieron en el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York, provocado por el propio empresario ante las obreras declaradas en huelga, encerradas en dicho inmueble. El movimiento era dirigido por Clara Lemlich y apoyado por la Liga Nacional de Sindicatos de Mujeres en Estados Unidos (National Women's Trade Union League of America - NWTUL). Este hecho cumple a cabalidad con las cuatro condiciones enumeradas al comienzo.

Poco antes de la pavorosa tragedia se había dado la primera “celebración” del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, con el propósito de conmemorar la lucha por sus derechos, costumbre extendida en numerosos países, incluyendo la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) que decidió, en 1975, declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.

Desde la Antigüedad, la presencia de la mujer ha sido fundamental en el devenir histórico, tanto en la guerra como en la paz, y bajo diversas circunstancias. Pueden mirarse dos o tres casos. Lisístrata y un grupo de mujeres se niegan a tener relaciones sexuales con sus maridos, como una de las estrategias para poner fin a la Guerra del Peloponeso. Hipatia, filósofa, científica, matemática y poeta desollada viva en las calles de Alejandría por una chusma enfurecida, azuzada por el fanático Cirilo, patriarca de la misma ciudad. Y todas las mujeres que, solas o junto a sus compañeros, han liderado batallas por la dignidad y la justicia social, jugándose la vida y la tranquilidad en muchas épocas y países.

El sangriento origen del Día Internacional de la Mujer no da para celebraciones, pero sí para una rigurosa y concienzuda conmemoración, como apoyo al esfuerzo desplegado en la tarea de conquistar una sociedad más justa, igualitaria y pacífica alrededor del mundo, incluso, empuñando las armas cuando ha sido necesario por la terquedad y violencia de los explotadores.

A medida que el feminismo avanza, las mujeres expresan su voluntad de participar abiertamente, de igual a igual, en sectores tradicionalmente vedados para ellas, y el Día de la Mujer pierde su carácter obrero, pasando a ser una jornada donde reclaman los derechos de la comunidad en general. Año tras año miles salen a las calles para demandar y defender lo conquistado. Nosotros, los hombres, sin importar la orientación sexual, creencia religiosa o simpatía política, debemos apoyarlas siempre, ya que una mujer educada, independiente y culta es un emporio de riqueza que contribuye positivamente a la liberación real y definitiva de toda la humanidad.

La galantería y la delicadeza en el trato son necesarias pero no suficientes. Debemos brindarles algo más que flores, copas de vino, poemas, invitaciones a comer, piropos y regalos. En otras palabras, tratarlas con respeto, como amigas y compañeras, aun en momentos de intimidad cuando los haya. No alcanzaremos la paz, la justicia ni la libertad soñadas mientras continuemos ignorando o menospreciando el aporte que ellas nos ofrecen en las distintas actividades de la vida. La solidaridad no tiene género y pide a gritos nuestra contribución.


 
 
 

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