Apuntes sobre una salida de campo
- Catalina Ochoa
- 10 nov 2015
- 5 Min. de lectura

Podría decir, en primer lugar, que entre Granada y San Carlos encontré respuestas a mis miedos, salí de mi zona de confort y observé el mundo tal como es desde los recorridos, las experiencias contadas y las charlas que se presentaron fuera del cronograma académico.
Tuve una infancia inolvidable: me crie en Medellín pero cada ochos días iba con mi familia a visitar a mi tía en su finca en El Santuario. Mi hermano y yo crecimos madrugando a ordeñar vacas, caminando por los cultivos de mora, molestando a los patos, jugando con los conejos, bañando a los quince perros, montando a los caballos y tomando café muy caliente en las noches.
Un día dejamos de ir a la finca. Mi papá decía que por allá eso ya no era seguro y que lo mejor era no volver. Según mis cálculos fue desde 2002 en adelante y ahora que sé cuál es la historia del Oriente Antioqueño caigo en cuenta de todo.
Durante el viaje en el bus pasamos por el lugar desde donde se ve la finca de mi tía, la reconocí y sonreí; luego el compañero que recogimos en la carretera de El Santuario nos llevó buñuelos y fue inevitable no recordar todas aquellas tardes de domingo en donde la recompensa al salir de la Iglesia era un buñuelo.
Llegar a Granada fue algo de gran impacto para mí, no conocía el pueblo pero sabía su historia, un compañero que viajó a la salida de campo de otra materia me iba contando todo lo que aprendió sobre lo que ocurrió allí y me sentí muy ajena, muy egoísta.
Soy una mujer de emociones y el Salón del Nunca más me quebró el corazón: cada letrero que iba leyendo era una historia, cada cuaderno para recordar a sus seres queridos era algo tan simbólico y tan lindo que aunque me llenaba de orgullo que las personas se unieran y reclamaran ese lugar, también sentí rencor. ¿Cómo es posible que ocurran ese tipo de hechos? ¿Cómo el Estado puede desempeñar un papel tan inhumano? ¿Cómo es que somos títeres en un juego de poderes? ¿Cómo los causantes de tanto dolor son capaces de vivir con esa culpa?
El Salón me dejó un sabor agridulce: mientras íbamos escuchando a la encargada, entró una señora llena de tiernas arrugas que tocó tres fotos y les rezó, luego intentó encontrar otra pero no pudo. Se nos acercó y nos dijo que ellos murieron por causas injustas, que eran inocentes. Y no hay palabras para eso, ni para preguntar ni para dar fortaleza.
En el camino de Granada – San Carlos me concentré en mirar todo: las casas, las montañas, las quebradas, los árboles y me causaba gran impacto ver algunas casas vacías, destruidas, consumidas por los años y el abandono; otras con pintura, que trataba de ocultar letreros de las guerrillas y paramilitares. Todo lo verde del camino tenía cierta tristeza.
En ocasiones intentaba recrearme las historias que había escuchado: los retenes, los cientos de militantes a cada lado de la estrecha carretera, las trampas, los buses quemados, todo. Y, aunque es algo que no se quiere recordar, es algo que se necesita saber.
La llegada a San Carlos no fue tan impactante como la de Granada, el pueblo se veía alegre, la gente estaba dedicada a lo que representa un fin de semana para un pueblo: comercio. Se escuchaba música en todo el parque, se veía a las personas en su quehacer diario, viviendo con su calor, a los visitantes en su tono de recreo, a las heladerías, los bares y los restaurantes movidos. Lo sentí como un pueblo más, con un ambiente de fiesta y de rutina.
La visita a la Alcaldía de San Carlos, además de brindarme mayor información sobre todo su proceso, me generó cierta alegría, pude conocer un poco más acerca de una historia que no me es ajena. A la salida me abordó una señora que me preguntó por quiénes éramos nosotros, me contó que ella también era desplazada y retornada y, en una charla ligera, me mencionó que el retorno necesitaba más compañía, más exactitud en cuanto a las necesidades de cada poblador y no solamente un mercado cada tres meses. La afirmación de esta señora me dejó pensando y, sobre todo, me dio un reto como futura politóloga.
De todas las actividades, creo que sin duda, la visita a la casa CARE – Centro de Acercamiento para la Reconciliación- fue la que más me impactó. Las historias que contó Pastora, una de las líderes del municipio, a todos y luego a unos pocos, hizo que me recreará en cada espacio de la casa imágenes que me causaron dolor. Sentí un ambiente pesado y me preguntaba: ¿cómo las personas son capaces de trabajar ahí luego de todo eso? Fue entonces un ejemplo de reconciliación el hecho de conocer algo del proceso que han llevado durante tantos años, la fortaleza que han adquirido, el empuje y las ganas que le han metido para sacar adelante a San Carlos, para ser dignificados como víctimas en la búsqueda de sus desaparecidos y en el reclamo de justicia y verdad.
Como politóloga intentaba recordar si existía alguna teoría que me hayan enseñado o que haya leído durante estos siete semestres para poder analizar todo lo que estaba viendo y me di cuenta que no, era muy diferente. La salida de campo me enriquecía como profesional y como humana. Entendí que no todo puede hacerse desde la comodidad de la academia: es muy diferente lo que se lee a lo que se ve y se vive. Los estudiantes necesitamos más de eso, algo que nos haga más humanos, algo que nos motive.
Para mí San Carlos fue clave en identificar mi casi eterna crisis sobre mi quehacer politológico, me enseñó que quiero ayudarle a las personas que han sufrido todo el tema del conflicto y la violencia en el país, en su proceso de retorno, y es aquí donde aún hoy me retumba lo dicho por aquella señora a la salida de la Alcaldía: el proceso de retorno tiene muchas falencias y, aunque sea un plan piloto, esta no debe ser la excusa para darle a las victimas todo a medias. El gobierno nacional debe trabajar con la comunidad, escuchar a cada poblador, juntar sus historias y sus necesidades, hacer mapeos por zona de los productos que les dieron comida y sostenibilidad toda la vida, no dar semillas indiscriminadamente pensando en un mercado a gran escala. Se debe, además, garantizar justicia y paz, pero sobre todo, la paz interna de encontrar a sus desaparecidos o por lo menos escuchar las verdades sobre ellos.
Esta visita fue entonces una guía y un enriquecimiento como humana, me ayudó a dejar de ser egoísta, reconocer y crear en mí la idea de buscar ayuda, de generar ayuda, de trabajar por la ayuda.
*Imagen tomada de: www.noticiasorienteantioqueno.files.wordpress.com
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