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La otra justicia

  • Ramiro Restrepo
  • 25 ago 2015
  • 4 Min. de lectura

Se encontró con una mujer entrada en años, nariguda, mueca, con orejas de burro, uñas en forma de garfio, pelo ralo, ojos de sapo, barrigona y pies torcidos. Ella lo saludó amablemente y le preguntó quién era y qué hacía por esos pasajes desolados.

-No creerás mi historia-le contestó don Carlo- así se llamaba el hombre.

-Pues cuéntala que yo soy muda para delatar bandidos, porque a mí no me engañas y algo non santo ocultas, te delatan tus ojos, algunos delitos llevas en ese cuerpo tan esbelto, esa belleza de Adonis- le increpó la desgarbada vieja.

-No te equivocas, estoy evadiendo la justicia por actos de violación carnal en niñas de entre diez y quince años de edad -respondió el malhechor- y continuó: no sé en qué momento me convertí en el monstruo que soy. Yo era un seductor empedernido, no me faltaban las más majestuosas mujeres que en la comarca había, era incluso perseguido por hermosas damas de geografías vecinas. Pero de un momento a otro el Destino me cambió. Las Rosas me clavaban espinas en vez de besos, me trataban como a un perro sarnoso o me evitaban inmisericordemente. Era el hazmerreír, la escoria más indignante. Para calmar mi apetito sexual comencé a engañar niñas con regalos y a violentar a las que no cedían voluntariamente. Por algún tiempo logré evitar la justicia con mi influencia de joven rico y sobornos a los jueces, pero llegó un juez incorrupto y tuve que huir. Aquí me tienes y si he de salvarme necesito un cambio de fisonomía que ningún cirujano estético está dispuesto a realizarme por miedo a la justicia, el dinero ya no me sirve. ¿Puedes tu ayudarme acaso?

-Puedo -respondió la bruja- ¿qué más se podía pensar de semejante figura? -pero, ¿qué estás dispuesto a pagar? Tú sabes que no hay almuerzo gratis, eso dice la sabiduría popular.

-Estoy en tus manos -respondió Carlo.

-Yo te puedo cambiar el rostro con una pócima, empero sólo obra para envejecer.

-¿Envejece también el cuerpo?

-Sí, claro que con buenos médicos puedes mantenerte con vida varios años, depende de tu estilo de vida, tienes que volverte un estoico, nada de placeres mundanos. Creo que ya gozaste demasiado y es hora de pagar. Además tienes que poseerme y cuando yo muera casarte con mi hija que, aun siendo hermosa, no ha podido conseguir mozo. Nadie la quiere por ser mi retoño, todos piensan que es hija de hechicera y los puede dominar con hierbas.

Creyó el don Juan decadente, que era mucho el sacrificio. Tuvo escrúpulos sobre la vieja y pidió un tiempo para pensarlo. Le dijo, sin embargo, que lo ocultara mientras tanto y la recompensaría.

La cara de Parca accedió confiada en que lo tenía acorralado y en algún momento él tendría que aceptar.

La noche hizo su entrada y resolvieron irse a descansar. La anciana se miró al espejo antes de dormir y su narcisismo le indicaba que aún era hermosa para el himeneo y se acostó convencida de su ilusión óptica. Creía, como en la bruja de Blanca Nieves, que no había nadie más hermosa que ella. Sin embargo se acordó de su hija y sintió celos, pero se fue a dormir pensando que podía controlar la situación. El seductor tendría que yacer junto a ella, costare lo que costare, sentía que lo dominaba puesto que no tenía otra salida que la propuesta por ella.

El prófugo se tiró a la cama y empezó a cavilar: de ser posible mataría a la bruja y se apoderaría de la muchacha que aún no conocía, pero ya pensaba en la hermosura y la ilusionaba como una de las Tres Gracias. Se durmió y empezó un plácido sueño en un jardín lleno de infinidad de flores como nunca había visto en su vida, cogido de la mano de la jovenzuela a la que, efectivamente creía una de las Tres Gracias. La besaba en las manos, en la boca y en el cuello y se sentía con una placidez que nunca había conocido, a pesar de haber gozado de tantas divinidades en su comarca y otras latitudes.

El sueño le duró como una hora y se despertó anonadado. Pensó que, aún sin conocerla, se estaba enamorando de la chica. Él no conocía el amor, sólo el goce sexual, por lo cual se sentía dubitativo, y esperaba que sólo fuera una ilusión pasajera. Ahora tenía ante sí dos problemas por resolver: acceder a las peticiones del esperpento que le ofrecía el cambio de faz y la inquietud por el amor de la moza. No pudo volver a conciliar el sueño y el resto de la noche le pareció una atroz pesadilla.

Amaneció y lo primero que encontró fue a la hija de la vieja y quedó petrificado ante semejante belleza. Él, que había visto tanto esplendor femenino, no tenía con quien compararla, le pareció única. La dama del sueño era una hermosura insignificante con respecto a la que tenía al frente. No pudo ni corresponder al saludo.

La madre se despertó también, pero no hizo alusión a la conversación del día anterior. Se notaba demacrada, dijo que no había pasado buena noche, pero dejó que el día transcurriera tranquilo, desayunó y se acostó de nuevo, de lo mal que se sentía.

Mientras tanto la pareja paseaba por el jardín y él le hizo sus requiebres a ella. La beldad le correspondió, fue amor a primera vista. Pasaron el día muy contentos, sin que ella supiera nada de lo acontecido entre su madre y el violador. Ella estaba inocente del sujeto con quien hacia sus primeros pinitos de amor. Él sólo pudo cogerle la mano, ella no se dejó besar por recato.

Llegó la tarde y la bruja expiró sin mayores ruidos.

Tuvo suerte el maldito y resolvió uno de los dos problemas o mejor los dos porque se sentía enamorado de la mozuela y se dispuso a disfrutar de los goces de Cupido.

Lograron definitivamente enamorarse, pero sin ningún placer sexual, la diva, tal como la llamaba él, insistía que sólo con el matrimonio disfrutaría de los besos y del tálamo. Él esperó con paciencia.

Por fin contrajeron nupcias, pero no lograron disfrutar de la luna de miel, con el primer beso ella adquirió la figura de su madre y él inmediatamente la repudió, le repugnó su aspecto y se suicidó. Así fue como operó otra justicia.

Imagen tomada de: losojosdehipatia


 
 
 

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