Religión como método supremo de coerción
- Juan Pablo Becerra
- 19 jun 2015
- 8 Min. de lectura

Primordialmente, cabe resaltar que todo lo aquí presente es una tesis que no plantea generar ofensa. Este artículo no es más que una humilde opinión que no tiene como objetivo demeritar creencias personales, ni mucho menos ofenderles. De antemano, quiero disculparme porque tal vez mi estilo satírico pueda tornarse ofensivo, pero confieso con morbo que entre mis intenciones más oscuras está poder tocar un punto sensible en aquel que pueda estar leyendo y, con atrevimiento, quiero reflejar hechos que tal vez se salen de las áreas que se plantean estudiar en GRIS*, puesto que lo que aquí se plantea es un tema de raíces que va más allá de los conflictos “superficiales”, al atacar las problemáticas desde el ser como individuo. Para empezar, quiero hacerles mal, y con ello quiero decir que quiero pedirles que recuerden algo en esencia doloroso (esperando me perdonen el maquiavelismo), y quiero que mantengan este recuerdo vivo unos minutos después de terminar el texto; y que a partir de él decidan cuestionarse lo suficiente para entender lo que aquí planteo.
“La mano es más rápida que la vista. El cerebro es más rápido que las manos. Así que hay que atacar al cerebro” - Fu-Manchú.
De seguro muy pocos han escuchado esta frase, y no pararé en detalle a explicar quién fue este “maestro”, ya que quiero que para el final de este texto, puedan preguntarse qué tipo de personaje puede introducirnos en este tema tan peligroso que se planea plantear. Entrando en materia, el cerebro es ese órgano que nos hace todo lo que somos, y de igual manera es algo que tenemos todos en común. Son culpa de él todas y cada una de las cosas que percibimos, sentimos y pensamos; es a él a quien debe culparse a la hora de sentirse feliz o miserable; es ese espacio donde vive esa cosa traicionera que llamamos mente.
Es característico de nuestro cerebro limitar nuestra realidad a su antojo, o bien, aunque a veces cueste créelo, a nuestro antojo inconsciente. La mayoría de las cosas que vemos están ligadas a nuestra propia percepción y eventualmente tendemos a ser cegados por aquello que queremos ver. Para evitar esto, y poder percibir la realidad tal y como es, tendríamos que tener un cerebro del tamaño de un edificio (Martínez-Conde, 2015). Por esta razón, podemos afirmar que, ante nuestra limitada capacidad para reconocer el espacio real que nos rodea, la imaginación es infinita; y difiere en todos y cada uno de la misma manera en que difieren cada una de las realidades que poseen los seres humanos como individuos.
Tiende a creerse que aquellas personas que carecen de educación tienen una mente mucho más vulnerable y susceptible, pero así no es cómo funciona realmente nuestra cabeza. Hemos vivido durante mucho tiempo en sociedades perezosas (Taylor, 2014). Desde los tiempos más antiguos nos han dicho cómo debemos caminar, qué debemos comer, cómo debemos vestirnos, y qué debemos hacer. Las grandes ideas surgen de una raza superior de seres llamados líderes, quienes de alguna manera han logrado ganarse la confianza de algunos pocos; lo cual ha causado un efecto dominó (Taylor, 2014).
Los líderes de las primeras civilizaciones llegaron a ganar confianza a través del miedo y la interpretación de la prosperidad. En una noche tormentosa y con la excusa de un sueño, de seguro un gran narrador interpretó cómo Gea había elegido a Zeus como su hijo preferido y lo había defendido de la tirana gula de su padre. O como un faraón en las temporadas más calurosas del desierto, expresó cómo la lluvia había llegado benevolente a manos de Isis, que se tornaba generosa.
De esta manera, por la palabra de unos cuantos, otros pocos se fueron uniendo. Este fenómeno es llamado psicología colectiva, en la cual no se estudia la influencia de un individuo sobre otro individuo, sino aquella que es ejercida simultáneamente por todos los miembros de una masa que está unida por un lazo en común, aunque estos seres difieran en muchos aspectos. (Freud, 1878).
Gustavo Le Bon expone en su texto “Psicología de las multitudes” que dentro de la masa existe un alma colectiva formada por la inteligencia, las cualidades, los pensamientos y las acciones que cada uno de los seres como individuo posee; y es curioso cómo esta alma colectiva mueve a sus miembros de una manera aislada a como ellos actuarían de manera individual (Freud, 1878). Esto se debe a que es posible pensar como individuos, pero un alma colectiva solo posee la capacidad de sentir.
Es precisamente cuando sentimos que la mente se vuelve cada vez más vulnerable. La realidad cambia según lo que sentimos, nuestras percepciones se limitan a otras barreras, y lo que es real se ve trastornado. Algunos ejemplos directos de esta situación son el amor y la fe; los cuales son, por tradición, los sentimientos más ligados al ser. En el caso del amor, podemos encontrarnos con la eliminación de las características tenebrosas del ser amado (Delgado, 1949). Esto se puede ejemplificar con Renée-Pélagie de Sade, quien amó a su esposo hasta el instante en el que se dio cuenta que las razones por las cuales había estado en la cárcel eran más que justificadas; y, como la historia lo dicta: “Ella le dijo a él: Yo me divorcio de usted, porque usted es malvado.”
Es obvio que para este momento se preguntarán: ¿Qué tiene que ver todo esto con la mantequilla?, ¿cuál es la esencia que une todas estas ideas con el título del presente artículo? Primordialmente, cabe denotar que hemos hablado de seres y de los diferentes factores que afectan su realidad, y es en este punto donde la religión se torna como un método absoluto de coerción; dado que, sin centrarse en una religión, podemos analizar cómo una persona puede ser completamente violentada por sus factores externos sin necesidad de ejercer ofensas físicas.
Las influencias familiares terminan convirtiéndose en cuestiones de cultos; las almas colectivas se apoderan de sus nuevos miembros y los separan de su individualidad. No importa quién era el individuo, una vez en ese conjunto es susceptible a sentir; y como se mencionó antes, la mente es más vulnerable. Aquellos estamentos que podrían sonar depreciables o ridículos a sus oídos cuando era individuo, tienden a ser aceptados como verdades; las ideas empiezan a gotear en su cabeza y, de pronto, se convierten en un hilillo de agua que se une a la corriente.
Obviamente este concepto puede sonarles increíble, pues… ¿quién se va con la corriente sin pensar antes?; a lo que yo respondo: no se trata de no haber pensado, sino de la manera en que lo hizo. La aceptación de premisas tales como las religiosas, desencadenan en pensamientos vinculantes que hacen que el ser se identifique y genere una afinidad cada vez más grande con su culto. De esa manera, una pequeña idea se convierte en un pensamiento completo y se adapta a la masa; y es entonces cuando el alma colectiva crece. Hay que tener en cuenta, además, que un alma en expansión no se detendrá. Las palabras corren, los miembros del culto hablan; y cuando se trata de masa, convencer individuos se torna en una tarea mucho más sencilla, sobre todo si se encuentran dentro del círculo familiar de cada ser.
Nos queda un tema más a tratar. Pido de nuevo se me perdone cuando les pida que evoquen ese recuerdo que les trae amargura, ese que con descaro les pedí que tuvieran en mente al comenzar este artículo. Quiero que se concentren en la situación en que se encontraban durante su trágico episodio. Como lo mencioné previamente, los sentires hacen susceptible al ser y para sentir no necesitamos esencialmente de un colectivo que nos fuerce a hacerlo. Es nuestra mente contra el mundo, y el mundo no se queda callado. Es aquí cuando las palabras tienen más fuerza directamente sobre nuestra mente; el discurso es como una gran piedra para el ser, puede hacerle daño o puede hacerle bien, pero lo importante es que puede cambiar el estado funcional de nuestro cerebro, (Llinás, 2013).
“Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable.” (Filipenses 4:8 NTV)
Este tipo de mensajes son los que en un mal momento pueden cambiar nuestra visión. Estos se aprovechan de la necesidad del ser y lo acogen entre sus brazos como si fuera un niño al cual arrulla su madre; y sin precisar de un ataque salvaje, como lo fueron las conquistas de evangelización realizadas bajo el comando de Constantino. Con básicas pero bellas premisas pueden atacar la mente de una persona hasta el punto de hacerles creer que lo que buscan es un dios.
“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.”(Corintios 13:8 RVR1960)
De la misma manera, las escrituras tienen la capacidad de adaptarse a los tiempos. Las interpretaciones de todo tipo de escrituras quedan a merced de interlocutores que suelen dirigir los cultos, y en manos de ellos queda la misión de reforzar la fe de un alma colectiva, encaminándola a lograr que se acoplen a lo que el tiempo demande para conservar a sus fieles. Para esto no hay necesidad ni de una sola bala, ni de plantar algo tan macabro como el sitio de Leningrado.
Cada religión está dotada de armas masivas; cada movimiento, por más violento que sea, carga con armamento ligero que puede vulnerar al más fuerte en situaciones de necesidad. Dan pan al hambriento, agua al que tiene sed, sacan a los vagabundos de las calles y hacen un esfuerzo por rehabilitar a los drogadictos. No se trata del grupo que carga con más municiones, sino de la manera en que se llega a cada uno de los seres. No es la fe la que arrastra la montaña; detrás, no importa el contexto. Si la masa se conecta por un ideal la necesidad de pertenecer se verá extinta por las granadas que atacan la mente, y será el pensamiento colectivo el cual pueda mover la montaña.
No son precisamente individuos tomados por la fuerza los que se unen a ISIS y aquellos que lo hacen por voluntad no están necesariamente locos. Pueden estar ciegos, o simplemente pueden encontrar una merecida y justa comodidad en este tipo de movimientos. Sus necesidades y situaciones se acomodaron a lo que el tiempo dictaba, a lo que su mente necesitaba… Aquel ateo que incurrió en el cristianismo tal vez encontró una comprensión a lo que su alma pedía a gritos y jamás había sido escuchado. Los cuchillos más afilados para reprimir y conquistar están lejos de realmente cortar en la piel.
Para cuasi culminar, me gustaría, con ánimos de tal vez entablar un fuego cruzado, preguntar… ¿Alguno de ustedes se ha cuestionado, si las herejías revolucionarias del nuevo Papa son una adaptación para capturar a las nuevas generaciones y a aquellas que ya dejaron de tener fe en todo lo que antes creía por radicalidad dentro de la religión?
En este texto fueron expuestos puntos de vista de un mago, una neurocientífica, un escritor, un psicoanalista, un psicólogo, un filósofo, y un médico neurofisiólogo. Con todas y cada una de sus ideas acerca de la mente y el cerebro, fue más que posible entablar una tesis que de lejos logra relacionarse con el campo de las relaciones internacionales, y toca un punto más allá de lo que estamos acostumbrados a estudiar y a escuchar de diferentes fuentes que nos referencian a historiadores y politólogos. En esta ocasión, quería compartir algo un poco diferente, pero que en esencia encierra una parte muy delicada que no tenemos en cuenta a la hora de tratar los temas más simples. Para concluir, quiero hacerles una invitación: “Piensen fuera de la caja.”
* Imagen tomada de: http://gazzettadelapocalipsis.com
* Publicado en el blog GRIS de la carrera de Negocios Internacionales de la Universidad EAFIT.
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