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El Santo Sudario

  • Óscar Giraldo
  • 31 may 2015
  • 7 Min. de lectura

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Advertencias importantes

Sobre varios asuntos me gustaría aprender: psicoanálisis, química, neurociencia, historia, genética, cuántica, antropología y otros. Pero míseros cincuenta años efectivos son un impedimento absoluto para cualquier persona. Así que humilde, pero en especial lastimosamente, puedo decir que he podido acceder un poco a la literatura y un poco a la matemática. Para quedar ‘apenas untado’. He logrado algunos párrafos prometedores y me hubiera gustado empezar con ellos mis primeros pasos en la literatura. Pero un poco accidentalmente y un poco con genuino interés me fui encontrando con fragmentos e ideas sobre el Santo Sudario de Turín y por azar culminé esta investigación antes que mis cuentos y novelas. Así que, estando listo cuanto pudiera yo aportar sobre SST, ¿a qué esperar más?

Mi prevención sobre el tema del Santo Sudario de Turín es que algunas personas, de buena cultura académica, lo rechazan antes de escuchar cualquier segunda frase al respecto porque de inmediato lo relacionan con las calamidades históricas que el poder clerical ha generado en los pueblos. Es bastante comprensible. Muchas personas se niegan a escuchar que en lugar de una reliquia religiosa el Santo Sudario de Turín pudiera concebirse como la obra de arte más extraordinaria e intrigante de la humanidad. Casi todos los amigos con quienes he tratado de conversar sobre el tema me han mandado al carajo. Comprensible también (con un guiño de ojo).

Sería imperdonable entregarles a los lectores una mera recopilación de los hechos publicados en la inmensa cantidad de investigaciones y tratados hasta hoy elaborados. Sin presunción ni falsas modestias quiero anunciar que se hallarán (en la monografía completa) algunas hipótesis novedosas. He intentado explorarlas con máximo juicio, sensatez y trasparencia. De otro lado, el asunto sobre el Santo Sudario de Turín no queda concluido en esta monografía, por tanto les invito, de todo corazón, a continuar juntos este delicioso debate.

(El párrafo anterior es un anuncio del cometido de la monografía completa: El texto completo cuenta con un capítulo sobre geometría elemental y otro sobre óptica elemental que ayudan a entender que la impronta en el Santo Sudario de Turín obedece a un efecto fotográfico. Por supuesto, de inmediato cae una pregunta: ¿existía la fotografía hacia el siglo XII? Inicialmente habría que contestar no. Pero hay indicios de que a través de la alquimia se habían desarrollado algunos rudimentos que se perdieron por aquella misma época. Hubo que esperar hasta el siglo XVII, cuando se inventaran otras técnicas, que, también por rudimentarias, hoy están en desuso).

Un mejor entendimiento de la religión

Podría pensarse que intentar comprender el enigma del Santo Sudario de Turín sería un ataque a la religión católica. No es mi propósito. Considerada como manifestación cultural toda religión debe atenderse. Tan importante es la religiosidad que Sigmund Freud en El Malestar en la Cultura, reproduciendo a Goethe, expresa claramente: “Quien tenga arte, tenga religión; quien tenga ciencia, tenga religión; quien no tenga ni arte ni ciencia, tenga religión”. Este ruego, hecho desde la poesía y el psicoanálisis, se explica en parte por los agobios que puede causar la cotidianidad y los alivios que puede brindar la religiosidad. Y si no se recurre a la fe para conjurar la cotidianidad se puede recurrir, por ejemplo, al licor o las drogas, asunto gravísimo. La ventaja de la fe es que mantiene la esperanza. No en vano, mientras el judaísmo espera un verdadero Mesías, los cristianos esperan una segunda venida de Jesucristo. Tener fe en el progreso es otro vicio con el cual se intenta conjurar ciertas molestias de la cotidianidad. Es tan grave como intoxicarnos. Otras personas podrían ocultarse tras los libros (mal que yo padezco un poco; debería mejorar mis terapias).

Cualquier humano desearía, sí, que el universo tuviera un sentido mágico (más aún en épocas críticas como la actual) y que los dioses nos enviaran ángeles salvadores. Conversando con amigos que han terminado por declararse no creyentes les he oído decir: "ojalá la vida tuviera ese sentido humano que las religiones pregonan". Otros me han dicho: "ojalá pudiéramos contar con un humano como Jesucristo". No en vano, las sencillas gentes católicas latinoamericanas celebran la navidad con tanto ahínco, pasión y esperanza.

La religión judía ha esperado, y espera aún, un Mesías que traerá paz y entendimiento a la Tierra para luego llenarla con "el conocimiento de Yahvé". Pero antes de esta llegada el pueblo judío debe volver a Tierra Prometida y realizar la tercera construcción del Templo de Salomón. Cuando Jesucristo apareció en la sinagoga advirtiendo que él era el mesías esperado los sacerdotes no le creyeron. Y tras los sacerdotes, desde aquel entonces hasta hoy, los fieles judíos consideran a Jesucristo como uno de tantos impostores perturbados que por aquellas épocas abundaban.

Quienes sí lo consideraron Hijo de Dios terminaron fundando el cristianismo. Una creencia del cristianismo es la existencia de un más allá eterno, lleno de paz y felicidad. Otra de sus principales creencias, registrada ya en el evangelio de san Mateo, es la segunda venida de Jesús, para llenar también de paz y tranquilidad a los seres humanos. Esta redundancia se origina en la obsesión con las dificultades cotidianas que todos los seres humanos debemos sortear. La esperanza en una segunda venida de Jesucristo resulta una posibilidad sana para muchas personas. Pero desde una psicología más profunda, centrada en el principio de realidad, la segunda venida puede verse como un deseo de mejoramiento pero una incapacidad para apropiarnos de métodos sensatos y emprender nosotros mismos tal mejoramiento. Es importante además para los fieles una tercera creencia, que Jesús obraba milagros. Desde el punto de vista religioso esta creencia reafirma la divinidad de Jesús; desde lo psicológico, ayuda a consolidar la fe.

Analizadas desde lo antropológico las religiones, todas, han servido, por ejemplo, para que haya normas en los grupos humanos. Veamos otro ejemplo de muy buen gusto: el sacramento del matrimonio es la mejor manera de proteger un bebé. Otro más: un padrino de bautismo es una manera sublime de pedir a un amigo Si yo falto, por favor, cuida a mi hijo. Y un cuarto: alrededor de los templos medievales europeos iban apareciendo viviendas… talleres, villas… bancos, ciudades; se fue creando cultura. Qué buen centro civilizador fueron los templos.

Hay reliquias; y hay Santo Sudario de Turín

Parte historia y parte mito, la primera reliquia católica la encontró Helena, madre del emperador Constantino, quien después se convirtiera en santa. Vio en el Gólgota tres cruces, la de Jesucristo y las de los dos ladrones. Como no las distinguía ordenó traer un cadáver el cual resucitó al ponerlo en contacto con alguna de ellas. Ésa tendría que ser, obviamente, la de Jesucristo, la Vera Cruz, la cruz verdadera. Con los años el derecho canónico impuso a cada templo conseguir y conservar una reliquia. Pero en su afán de conseguirlas para cumplir la ley, obispos y párrocos terminaron desbordando lo ridículo, lo grotesco o lo absurdo. Veamos una lista minúscula de las que aparecen en algunos templos: estornudo del Espíritu Santo, suspiro de san José, leche de santa María Virgen, rayos de la estrella de los reyes magos, pañales del niño Jesús, piedra marcada con las nalgas de Jesucristo… Todo ello, sin embargo, no opaca la religiosidad de los creyentes, están de acuerdo en que lo importante es la fe, no el artificio. Como también concuerdan en que la curia debe ser menos ostentosa y corrupta.

En Europa primero se construían los templos… (Hay muchas cosas que no sé y que no tendré tiempo de aprender. Por ejemplo, no sé en qué momento cada sacerdote pensaba en la reliquia para su templo; si antes, durante o después de la construcción). Luego, alrededor de los templos, iban apareciendo las viviendas… talleres… ciudades. Ya sé, es una manera recortadísima de narrar un proceso de civilización. Pero para lo que nos interesa es suficiente.

En algunos momentos de la civilización la religión ha ideado buenos procesos. Pero muchos actos religiosos también desbordan lo grotesco, lo inhumano, lo ridículo, inclusive lo absurdo. Por favor, apreciado lector, sé tú quien amplíe la comicidad para el siguiente listado de reliquias, que no sea yo. Primero, porque cada elemento de la lista es en sí mismo ya un chiste. Segundo, porque no quiero entrar en polémicas con los doctores de la Iglesia (por ahora).

Anillo nupcial de Santamaría Virgen. Podría parecer sólo una ingenua patraña; se complica cuando nos enteramos de que hay dos: uno en España, otro en Inglaterra.

Campana. No tiene calificativo. ¿Podríamos llamarla de la traición? En Velilla del Ebro, España. Para fundirla se utilizó una de las treinta monedas que cobró Judas…

(Antes de continuar la lista debes saber, estimado lector, que un certificado de autenticidad, firmado y sellado por autoridad competente, acompaña cada una de las reliquias. Y, además, que los Santos Padres de la Santa Madre Iglesia clasifican las reliquias en: a) Parte de un todo, b) Parte martirizada de un cuerpo santo, c) Parte de una prenda, d) Tocado por un santo). Sigamos la lista:

Plumas de las alas de los arcángeles san Gabriel y san Miguel.

Pajilla del portal de Belén.

Santo Prepucio de Jesucristo. (El último recuento juicioso arrojó un total de catorce; en catorce templos distintos).

Mantel de la Última Cena.

Trece lentejas de la Última Cena.

Lo peor de todo. Muchas (muchísimas) reliquias aparecen en distintos templos o conventos. Bueno, en realidad hay algo muchísimo peor aún: cada una de ellas es la original.

Internet nos facilita mucho la labor a los investigadores. Por favor, estimado lector, escribe en Google “Reliquias católicas”. Tan fácil se hace nuestra tarea que dentro de unas pocas semanas (quizá me equivoque por algunas centésimas de segundo) los (otrora ilustres) investigadores seremos reemplazados por clikcs de mouses.

Si me dijeran que todas aquellas maravillosas mercaderías aparecen referidas en “Las Mil y Una Noches”, que las encontró Sindbad el Marino sobre el lomo de una inmensa ballena, sinceramente no repararía en ellas. Continuaría hacia la noche 339 cuando Schehrezade comienza la historia prodigiosa de la ciudad de bronce. Pero, más que aquel marino, son tan ingeniosos aquellos Santos Padres de la Iglesia que no pasaré por alto esta perla: ¡Sesenta Dedos de Juan el Bautista! (repartidos por toda Europa). A propósito de san Juan Bautista, la más divertida de todas las reliquias, me parece, Su Cráneo, ¡de cuando era apenas un niño!

Profundo admirador de la lógica, toda esa fascinación de las reliquias me trae de los pelos, pero me hace reír. El Santo Sudario de Turín en cambio me pone serio. ¿Y cómo no?; si hasta la NASA le ha metido el diente. Es la única que no hemos podido desenmarañar.

* Imagen tomada de: www.catamarcapress.com.ar


 
 
 

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