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Coscurantismo

  • Ramiro Restrepo
  • 19 may 2015
  • 2 Min. de lectura

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Érase una vez un país llamado Coscurantismo, que era habitado por especies raras en el siglo XXI. En él moraba un procurador llamado Homofóbico Ordoñez, que aunque era bípedo, era la encarnación de la santa inquisición; y se le conocía además por ser defensor de unos extraños animales políticos, algunos de ellos delincuentes, llamados uribistas. También era parte del zoológico un monstruo con el nombre raro y desconocido mundialmente que se autodenominaba Opus Dei. Existían unas criaturas de Dios denominados católicos, y otros denominados cristianos (de varias sectas) que profesaban una inquebrantable fe en un libro lleno de fábulas, unas entretenidas y otras bárbaras, que obligaban a castigos infames y que era conocido como la Santa Biblia. Dentro de los cristianos se infiltró una bautizada Morten Morales, que predicaba que los homosexuales debían ser discriminados para adoptar niños porque no constituían la familia ideal (esta era un avis rara porque militaba en el partido liberal). Existía un partido con el alias de “conservador”, defensor de los más rancios principios del Coscurantismo y del catolicismo. La prensa era un suburbio dominado por el periódico El Calumniano y unos columnistas que eran las joyas de la caverna: María Isabel Llanta, Enfermedad Hernández, Saúl (Bilis) Hernández, Fernando Londoño Hoyos (tramposo de las acciones de Ecopetrol), Darío Acevedo Carmona (historiador impostor), y Raúl Echavarría Tamayo (apologista de las autodefensas junto con Londoño Hoyos). El Coscurantismo era la máxima expresión del pensamiento modernista y, de no haber sido por un acto histórico de una corte constitucional, se hubiera dado el lujo de tener un presidente vitalicio: el benemérito Álvaro Uribe Vélez, la cabeza pensante de los trogloditas. El pueblo (pobrecito) era muy sumiso a los dictados de los anteriores habitantes del país y se moría por el animal mayor del zoológico, que a su vez era el malhechor superior, y que, por inoperancia de la justicia, gozaba de total impunidad. Era además fantástico que ese pueblo se decía uno de los más felices del mundo. Nadie con dos dedos de frente se lo podía creer, pero así era. Ese territorio ubicado en Suramérica tenía unas FFMM, que al decir de mentes preclaras como María Isabel Llanta y César Gaviria, una eminencia del partido liberal, "defendían el orden jurídico" con excesos (es decir con asesinatos y masacres). En educación no estaba como muy bien que digamos y la Corte Constitucional consultaba a una universidad confesional que consideraba científico diagnosticar que los homosexuales eran enfermos. De otra parte, en la selva vivía una tribu llamada las FARC que era presa de una enfermedad denominada estalinismo. Esta estaba en negociaciones políticas con el gobierno para la firma de un acuerdo de paz, pero quería pasar inmaculada creyéndose la víctima de la violencia en Coscurantismo y, como si el Estado fuera el que tuviera que entregarse, quería impunidad para sus crímenes de guerra y lesa humanidad. Aquí termina este cuento que es pura realidad, no tiene nada de literatura fantástica ni de realismo mágico. Se deja constancia que se escribió por desahogo y para vencer el “ocio”.

*Justicia - Débora Arango, tomada de: www.biografiasyvidas.com


 
 
 

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