Ahora tengo la palabra
- Verano Brisas
- 18 abr 2015
- 5 Min. de lectura

Esa falta de movimiento y el sol que encandila mis ojos cada mañana, me son insoportables. Mi único brazo es manipulado por el Doctor, que parece no ser consciente de los cambios que propicia. Desde que nos trasladamos a la nueva dirección decidió atarme a la pared. Me explico: no a mí propiamente sino a uno de mis accesorios. Estoy suelta sobre el piso, asegurada por mi propio peso. Atada –dije– con un firme y bien fundido soporte de metal. En el antiguo local la situación era peor; parecía un Cristo abandonado; ahora, por lo menos, estoy dignamente colocada, de acuerdo con mi edad y las funciones que desempeño.
Lo que mejor me sienta es la música. Música de los grandes maestros, que aun muertos me siguen transportando con sus creaciones a las praderas de la imaginación, donde todas las posibilidades estéticas son pan cotidiano para seres sensibles como yo. Igual me agrada el traqueteo de la máquina cuando el Doctor escribe sus textos para el taller de poesía, sus amigas o simplemente para él. No obstante lo anterior, me siento sola y necesito que me quieran, no lujos que de nada sirven. Me interesa mucho el aseo y la buena presentación personal, pues soy pulcra y vanidosa. Afortunadamente no carezco de agua, luz, compresor, escupidera, cables, mangueras, piezas de mano, jeringa triple y eyector de saliva, sin contar una antigua y sólida base (módulo como le dicen hoy) sobre la cual me apoyo.
Conservo limpia una toalla para los pacientes. Casi nunca me aceitan, pero no sufro de óxido. La otra base, donde también reposo, es original y pesada como yo. Nunca hemos ido al técnico desde que nacimos en los Estados Unidos hace mucho tiempo. ¡Soy casi centenaria! El Doctor, más interesado en escribir cuentos y poemas que en ejercer su profesión, descuida mi mantenimiento. Poco me importa, dada mi excelente salud y temperamento, dos cualidades que hacen innecesario comportarme en forma problemática. Han pasado dos años desde que me fracturé una clavícula; sin embargo, el Doctor siguió manejándome como si nada, con dificultad para ambos debido a la lesión, que de todos modos tuvo cierta gravedad. Tampoco me abandona, aunque conoce sillas más modernas y elegantes, detalle que le agradezco.
Una vez me sentí más triste que de costumbre porque quiso vender el consultorio, si se tiene en cuenta que tolera mis deficiencias sin renegar ni humillarme. Pienso que son cosas del amor: no exigir demasiado y estar dispuesta a darlo todo por el ser amado. Mi rebeldía va por otro lado, no contra el Doctor ni contra las leyes naturales. Me cala el dolor humano, su ignorancia y su abandono. Me refiero a los pacientes, aunque él hace lo que puede para evitar sus males.
Dice el Doctor que <<leer es una aventura tan apasionante como volar en cometa o globo, bajar al fondo del mar, dar vueltas alrededor de la Tierra en un satélite artificial o lanzarse dentro de una nave por el espacio infinito hasta ser tragado por un agujero negro para ver lo que existe al otro lado del universo. En el mundo, y concretamente en Colombia, hay más escritores que lectores. Y lo que es peor, mayor número de malos escritores que de buenos lectores. El libro nos brinda la posibilidad de hallar respuestas para todos los “por qué”, ampliando el horizonte de nuestras vidas con su dádiva de conocimientos>>. Pienso, sin embargo, que cada libro debe ofrecer más preguntas que respuestas, pues lo que impulsa el progreso humano es más la curiosidad que la satisfacción.
Asegura que el lector es coautor de toda obra escrita. <<¿Qué sería –pregunta– de los escritores sin un público que los leyera? ¿O a la inversa? El escritor concibe y plasma por medio de las palabras el producto de sus invenciones, vivencias y conocimientos. El lector –dice– culmina el libro leyéndolo, asimilándolo y enriqueciéndolo con lo mejor de su cosecha>>. Suspirando, finaliza: <<En momentos de dicha o de infortunio, cuando tengamos o perdamos todo, el libro estará junto a nosotros como el mejor amigo, dispuesto a mostrarnos nuevas realidades prometedoras y felices>>.
Vuelvo con lo mío: Poseo dos mesas auxiliares donde el Doctor coloca el instrumental de su trabajo; las considero mis vecinas y tenemos buenas relaciones. Soy demócrata, o tal vez esté reblandecida por el tiempo, no lo sé, pero creo que nada debe resolverse por la fuerza, como se hace con frecuencia. Me agradan mis labores porque me ponen en contacto con seres de toda índole. Quién creyera que por medio de una pieza enferma, sea diente o molar, pueda conocer artistas, jóvenes mujeres y matronas resplandecientes, antisociales, ejecutivos, colegialas, revolucionarios, ateos y creyentes, pilotos, jefes de personal, secretarias, fotógrafos, trotamundos y poetas. Valga la verdad, pero éstos últimos son los más descuidados con su dentadura.
Me acompaña una hermosa nevera, salvación de los sedientos visitantes que llegan con la esperanza de tomar una gaseosa o un vaso de agua helada. En ella también se guardan elementos que sólo pueden mantenerse a bajas temperaturas. Cómo olvidar el pequeño esterilizador, siempre atento a la asepsia que requiere el consultorio. Es mi personaje preferido. Las mangueras son mi sistema digestivo que, con sus entradas y salidas de agua, permite a los pacientes mayor higiene y comodidad. Mi basurero médico, todo vestido de blanco, se halla dispuesto siempre para recibir los desechos sin protestar. Cerca están el lavamanos y el baño, los cuales permanecen, junto con el resto, impecablemente limpios gracias al cuidado de la auxiliar, una mujer alta y danzarina como una palmera, que está pendiente de ellos aunque siempre llega tarde.
A ciertas horas el Doctor se dedica a los placeres. En cuanto a mí, pongo mi granito de arena porque algunas de sus conquistas no se sienten cómodas en el piso, que se halla alfombrado en la salita de espera. No debo extenderme más, pero ustedes se imaginarán de lo que estoy hablando. Sé distinguir una gama casi infinita de suspiros, risas, gritos, llantos y jadeos, junto con insultos, imploraciones, amenazas, imprecaciones, terrores, cobardías, fugas, orgasmos y derrotas. Como ven, soy útil para todo.
Ahora tengo que dejarlos. Mi propósito no fue literario; lo hice como desahogo, pues para lo primero están los narradores y los poetas. Apenas quería contarles unas cuantas experiencias en ese consultorio situado en el quinto piso del edificio Gaspar de Rodas, en la ciudad de Medellín, levantado sobre el costado occidental de la Avenida Oriental, entre Ayacucho y Colombia. En otra ocasión quizás me refiera a cosas más perturbadoras, con la profundidad que ustedes se merecen. Sueño con seguir mi lucha existencial, cómoda y bien tratada, hasta conquistar, en forma sabia y permanente, la paz que trasciende toda comprensión, como dicen los teólogos. Por hoy, me siento satisfecha de haber sido escuchada por ustedes, personas tan atentas y sensibles, mis queridos lectores y pacientes. Muchas gracias.
Imagen tomada de: poiesis2011.blogspot.com
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