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Bendita histeria

  • Lolita
  • 4 abr 2015
  • 4 Min. de lectura

La Mujer es la puerta del Diablo, la senda de la iniquidad, la picadura de la serpiente, en una palabra, un objeto peligroso.” (San Jerónimo a.340-420)

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Irritabilidad, espasmos musculares, insomnio, dolor de cabeza y “tendencia a causar problemas”; una sola palabra: Histeria. El término se remonta a la antigua Grecia, cuando Hipócrates en su “Tratado sobre las enfermedades de las vírgenes” señaló que existía una curiosa enfermedad causada por la “migración del útero” y la consecuente presión que éste ejercía sobre otros órganos, que generaba diversos síntomas en la mujer tales como un profundo deseo de asesinar, irritabilidad e incremento de terrores y miedos; así mismo, Hipócrates asociaba esta movilización del órgano femenino a causa de la inactividad sexual. La evolución de esta curiosa patología no pudo haber sido peor en la Edad Media: la gran influencia Cristiana relacionó a la mujer con la brujería -entendiendo que la brujería provenía de la lujuria y el deseo carnal-, la satanizó y asoció fuertemente con el pecado; el orgasmo femenino -que para la época no era llamado de esa manera sino paroxismo histérico- era visto como algo maligno y diabólico. La “epidemia histérica” se propagó rápidamente manifestándose en fuertes revueltas protagonizadas por féminas rebeldes que fueron en su mayoría tachadas como brujas; el triste desenlace ya lo conocemos.

Quisiera quedarme hablando sobre su evolución histórica, pero quiero llegar rápidamente al Siglo XIX: para este momento el concepto ya había pasado a ser parte de las enfermedades neurológicas y se vincula, posteriormente, a un deterioro del sistema nervioso. A pesar de que el útero deja de ser la causa principal de la Histeria, la idea popular de asociar a la mujer con la histeria y su sexualidad, no terminan allí. Pues bien, resulta que estas mujeres histéricas, enfermas, incitadoras del desorden y “tendientes a causar problemas” acudían frecuentemente a los consultorios médicos para ser tratadas y curadas. El tratamiento consistía en un profundo “masaje pélvico” que culminaba cuando, después de gritos y espasmos incontrolables, la mujer alcanzaba el clímax del orgasmo, perdón, paroxismo histérico. El eufemismo no sirve más que para explicar la forma en como el médico tratante, en nombre de la ciencia y la medicina, introducía su dedo – o sus dedos, eso depende la paciente- dentro de la vagina, lo cual terminaba en un declive de placer de las infelices burguesas a las que sus maridos eran incapaces de satisfacer sexualmente. Y claro, era de esperarse que después de semejante concierto, las féminas acabaran olvidándose de todo aquello que las agobiaba, para regresar mansas y satisfechas a sus hogares.

Más allá de las absurdas ideas que pudieron suponer sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, más allá de la aún más absurda idea misógina Freudiana de considerar a la Mujer como ser imperfecto y su anatomía tacharla de inferior respecto a la del “macho”, quisiera agradecerle a los avances de la medicina y el uso de nuevas tecnología para los tratamientos de mujeres “enfermas” y ya diré por qué. La milagrosa cura que permeaba las familias de más alto linaje – claro, eran sólo esas esferas - ya no daba abasto, y los ilustres debían crear una forma mucho más rápida y más efectiva para acabar con la maligna enfermedad que azotaba a la mujeres de alta alcurnia de la era victoriana. Así pues, el gran creador iluminó las mentes de aquellos magnates de la medicina para poner a nuestra humilde disposición el uso del vibrador eléctrico. Éste, era de suponerse, pasó de ser un artículo fuertemente aclamado en todos los hogares como “máquina de masajes anti estrés” a que se dañara por completo su reputación luego de que en 1952 la Asociación de Psiquiatría declarara oficialmente que la Histeria Femenina era un “mito anticuado” y no una real enfermedad. No quisiera imaginar la cara de sus compradoras al descubrir que aquello que guardaban en su botiquín de emergencia (vaya usted a saber, un inesperado ataque de histeria) no era más que un revolucionario juguete sexual y que lo que se conocía como “sesión de terapia para la histeria” era en realidad una sesión de masturbación.

Lo que en algún momento fue lo más “IN” del mercado, comentado y recomendado por amas de casa y reputadas damas, pasó a ser comercializado frente a la opinión satanizadora y prejuiciosa de las que otrora fueron sus más fieles clientes. Ahora podemos encontrar en el mercado diferentes tipos de “acompañantes secretos”; sus características varían en cuanto a color, sabor, tamaño, ritmo vibratorio, etc., ya no se encuentran en las revistas de medicina o de hogar sino en las Sex Shop, a las que se acude con temor, ante la mirada ridiculizadora de los transeúntes, optando por dar unas tres o quizá más vueltas a su alrededor para finalmente tener la valentía de entrar, y con las mejillas un tanto sonrojadas y la mirada esquiva, preguntar por el pervertido juguete sexual.

Hemos sido tratadas de histéricas, de brujas, de locas, de putas –en el sentido peyorativo de la palabra y no en el que realmente significó en sus raíces-, hemos sido analizadas y nuestros más profundos deseos, clasificados. Todo esto sin éxito alguno. Nos han querido tratar como una mascota que debe ser entrenada, como la representación de la mansedumbre y la pureza, y al no querer cumplir con esos patrones, se nos ha tachado de sufrir cualquier desorden patológico o sobrenatural. Que se entierren con sus propios señalamientos, pero como “no hay mal que por bien no venga”, agradezco sinceramente la evolución que tuvo el tratamiento de tan controvertida enfermedad y que ahora hace feliz a muchas mujeres -y hombres-, y como dicen por ahí: “¡Ni en la cama ni en la mesa, es útil la vergüenza!”


 
 
 

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